¿Cómo me vas a querer, si yo mismo no me quiero?
A simple vista parece otra frase más de autoayuda, de esas reflexiones que prometen encontrar el elixir del buen vivir o una masterclass del crecimiento personal. Siento decir que ni con la mejor intención del buen samaritano que a veces llevamos dentro, vamos a ayudarnos ni ayudar a alguien con semejante intención.
Bueno, hasta aquí, aclarado la intención de mi reflexión.
Decía Rumi: “Tu tarea no es buscar el amor, sino buscar y encontrar las barreras dentro de ti mismo que has construido contra él”
Encomendarse a encontrar aquello que nos dificulta o nos obstaculiza, per se, es un acto de amor hacía nosotros mismo. Es una labor notable adentrarnos a bucear, hasta los lugares más recónditos de nuestra psique, alma o como bien le guste a usted llamarlo; aquello que nos mueve los humanos por dentro, y nos hace ser de un forma determinada, en nuestro sentir, pensar y actuar, por el mero hecho de vivir y experimentar aquello que nos sucede.
Entre las muchas causas que pueden provocar una herida emocional, la que tiene más relevancia es la necesidad de amor por parte de la persona en algún momento de su infancia. Este periodo se comprende entre la vida intrauterina y los 7 años de edad. Es significativo por la forma que marcará el carácter y el devenir de la persona.
Puede provenir de lo que se experimenta con la madre en un primer momento, con el padre y con el contacto con el mundo que lo rodea. Se ha conocido hace unos años, tras una serie de investigaciones, que los trauman también se heredan a través de la epigenética (el ADN familiar) con lo cual tenemos dos vías; una que proviene de lo qué experimentamos con nuestra familia y el mundo, y otra biológica, dada a través de los genes.
Aquí nos encontramos con la disyuntiva de; ¿qué es lo que nos impide amarnos y amar?
Tenemos que tener en cuenta que una experiencia se vuelve traumática, por lo que sucedió, por las veces que sucedió, el nivel del impacto, y por lo que nos sucedió justo después de la experiencia; ¿fuimos acogidos, comprendidos y cuidados?
El hecho de no sentirnos seguros con aquellos quien debería velar por nosotros, nos hace sentir una carencia amorosa, que se volverá como un espejo cuando refleja nuestra imagen hacía nosotros ¿cómo me voy a querer sin no me han querido?
Claro que es una percepción distorsionada de la realidad, pero el caso es que así lo sentimos y desde ahí partimos, desde esa impronta que hizo que todo se tiñese del color de nuestra percepción, desencadenando transversalmente unos pensamientos y comportamiento acorde con esa realidad, para acabar dándole forma a un personaje y creyéndonos ser ese “yo”